miércoles, 4 de agosto de 2010

FERNANDO VALLEJO, NOSTALGIA Y VIOLENCIA.

“Busco tu recuerdo dentro de mi pena…”

Daniel Santos

I.

En la narrativa de Fernando Vallejo leemos dos ciudades, la bella Villa de la Candelaria, de arquitectura europea, teatros y cantinas. Y Metrallo, la brumosa de altos edificios, de una periferia atestada de pobreza, y de un centro caótico, delincuente y asfixiante, “zoológico de fieras enloquecidas” como la nombra Pablo Gonzales en su ensayo sobre Vallejo.

Es la bella Villa de la Candelaria, de días azules y calles despejadas, de periferias sin poblar, con un Guayaquil aún existente, un teatro Granada abierto y un Metropol y un Miami todavía sonando sus radiolas con tangos y boleros, el Medellín contado por Vallejo en su libro El Fuego Secreto. “Ciudad de cantinas, de burdeles y de iglesias, matadero, puteadero y rezadero” (Alfaguara 2002. Pg. 277). Novela que se dedica a transcurrir por la vida de un personaje homónimo del escritor, que se nutre de anécdotas, en su mayoría atadas a la vida mundana, irreverente y homosexual del personaje, recuerdos ligados a sus muertos y a sus excéntricas experiencias. Pero que en esencia es catarsis, fluir de recuerdos necesarios para continuar el camino.

El Fuego Secreto es una novela de la transición de un hombre joven y su entrada a la adultez, y la transición de una ciudad también joven, provinciana, a una diferente, de infraestructura moderna, en desarrollo y con muchos hijos en su regazo. Se está estirando la ciudad, se está estirando él y es un acontecer inevitable, imparable. “Medellín, la villa, que se ha pegado un estirón de muchacho de quince años. ¡Y yo que la vi nacer!”. (Alfaguara 2002. Pg. 259)

En la obra confluyen diferentes temas que se abordan de forma anecdótica, con algún comentario mordaz, crudo o nostálgico del protagonista, que permiten al lector ser testigo de una realidad, la de Vallejo - sin ésa ser la intención del autor, claro está- que se enmarca en una época, en una Medellín pasada. Él cuenta y narra, y narra porqué sí, porque le da la regalada gana.


viernes, 10 de julio de 2009

TRANSFORMACIÓN DEL PARQUE BERRIO

AÑORANZA DE UN PARQUE.



Si mi abuela visitara hoy el Parque Berrío, lo encontraría por completo diferente. Ya no es aquella plaza pública por donde pasaba el tranvía, aquel lugar encerradito y tupido de árboles, donde ni venteros de minutos, ni músicos callejeros, ni jubilados, custodiaban, como hoy lo hacen, la estatua de Pedro Justo Berrío. Se encontraría con la estación del metro, que lleva el nombre del parque y que le absorbió toda la atención y belleza.

Si paseara por el parque un miércoles, se encontraría con un grupo de mujeres llamadas, Madres de la Candelaria, que hacen un plantón con pancartas, fotos y consignas, en las afueras de la iglesia de la Candelaria, para que la ciudad se entere del sufrimiento de sus vidas. Mujeres madres, hermanas, esposas, hijas, que reclaman sin cansancio, sin miedo, el regreso de sus seres amados, de sus familiares, víctimas de la guerra, de una, que no tiene nada que ver con ellos. Mujeres que se preguntan, como en la canción de Rubén Blades, ¿A dónde van los desaparecidos, y porqué es que se desaparecen? Sin obtener respuesta alguna.

Pero doña Lilia, mi abuela, prefiere quedarse en su casa, lejos de la turbulencia del centro de la ciudad y conservar, a si sea en un recuerdo líquido y obscuro, la imagen antigua de Medellín, de sus casas, calles y parques. Porque como ella dice, “todo tiempo pasado será mejor”. Sin embargo, no deja de sorprenderse y alegrarse con los cambios que ha vivido la ciudad. Parque explora, Parque De Los Deseos, Pies Descalzos, Parque Norte. Parques Bibliotecas. Soberbios, bárbaros, modernos. Pero, y qué de los parques históricos de Medellín. Se van dejando en el olvido, abandonados a su suerte.

Hoy, el Parque Berrío, la antigua Plaza Principal de La Villa De La Candelaria, es un ejemplo de ello, ya no tiene aire de principal, perdió su importancia, su belleza. Adquirió aire de peligroso, de prostitución y de lugar de paso. Ya no es un lugar para quedarse. No es un secreto que allí el tinto y las escalas del metro huelen a sexo, que la mirada inquisidora de algún hombre, es una advertencia de autoridad y que si te descuidas, te bajan de celular y billetera.Aunque no sólo esto es lo que habita el parque. También hay lugar para la música. Hombres de sombrero y guitarra hacen la mañana con canciones de carrilera y toman como escenario el monumento de Pedro Justo Berrío, El hombre de Antioquia, ese que se la pasa solitario, encerrado en sus rejas de hierro, acompañado de palomas. O puede verse en el costado sur, una mujer que con pistas musicales, interpreta a Tormenta, a Vicky, a Sandro y a todos aquellos artistas de música para aplanchar que se escuchan en Amor Estéreo, la voz de los enamorados.
Hay espacio para la tertulia de jubilados y desempleados, que sin falta, desde muy temprano en la mañana, ocupan algúna esquina del parque, abandonándola con el sol.

Pero el Parque ya no tiene su grandeza, y hablo de su grandeza física. Se redujo su espacio, dejando así, sólo una porción histórica de lo que fue. Lo digo con nostalgia, pues al observar fotografías de Melitón Rodríguez, Benjamín De La Calle o Gabriel Carvajal, veo un parque que me hubiese gustado conocer y disfrutar. Amplio, despejado, tranquilo, verde.

Tal vez sea igual que mi abuela y piense que todo tiempo pasado fue mejor. Y eso se evidencia en lo que fue el Parque Berrío o como lo llamarían los abuelos de nuestros abuelos, La Plaza Mayor de Medellín, que se transformó abruptamente de progreso e industria, como lo hizo el resto de la ciudad.


Fotografía: Parque Berrio 1926.
Extraída de: Revista Progreso, (Medellín) N° 13, Año 1927

Fotografias Laura Rodríguez Palacio: músicos y estatua de Pedro Justo Berrio.