“Busco tu recuerdo dentro de mi pena…”
Daniel Santos
I.
En la narrativa de Fernando Vallejo leemos dos ciudades, la bella Villa de la Candelaria, de arquitectura europea, teatros y cantinas. Y Metrallo, la brumosa de altos edificios, de una periferia atestada de pobreza, y de un centro caótico, delincuente y asfixiante, “zoológico de fieras enloquecidas” como la nombra Pablo Gonzales en su ensayo sobre Vallejo.
Es la bella Villa de la Candelaria, de días azules y calles despejadas, de periferias sin poblar, con un Guayaquil aún existente, un teatro Granada abierto y un Metropol y un Miami todavía sonando sus radiolas con tangos y boleros, el Medellín contado por Vallejo en su libro El Fuego Secreto. “Ciudad de cantinas, de burdeles y de iglesias, matadero, puteadero y rezadero” (Alfaguara 2002. Pg. 277). Novela que se dedica a transcurrir por la vida de un personaje homónimo del escritor, que se nutre de anécdotas, en su mayoría atadas a la vida mundana, irreverente y homosexual del personaje, recuerdos ligados a sus muertos y a sus excéntricas experiencias. Pero que en esencia es catarsis, fluir de recuerdos necesarios para continuar el camino.
El Fuego Secreto es una novela de la transición de un hombre joven y su entrada a la adultez, y la transición de una ciudad también joven, provinciana, a una diferente, de infraestructura moderna, en desarrollo y con muchos hijos en su regazo. Se está estirando la ciudad, se está estirando él y es un acontecer inevitable, imparable. “Medellín, la villa, que se ha pegado un estirón de muchacho de quince años. ¡Y yo que la vi nacer!”. (Alfaguara 2002. Pg. 259)
En la obra confluyen diferentes temas que se abordan de forma anecdótica, con algún comentario mordaz, crudo o nostálgico del protagonista, que permiten al lector ser testigo de una realidad, la de Vallejo - sin ésa ser la intención del autor, claro está- que se enmarca en una época, en una Medellín pasada. Él cuenta y narra, y narra porqué sí, porque le da la regalada gana.